domingo, 25 de octubre de 2009

El Porquerizo

Hacía mucho tiempo, no sé si meses o años, que un príncipe se pasó por mi castillo, pues quería casarse conmigo.

En señal de amor le entregó a mi padre, el Emperador, dos hermosas cajas de plata. Una contenía una hermosa rosa. Cuando me enteré de que era natural casi me echo a llorar. Yo pensaba que sería un gatito. Aún quedaba la segunda caja, segundo intento. Cuando apareció ese ruiseñor tan bonito me puse muy contenta, hasta que un anciano caballero se dio cuenta de que era exactamente igual a la caja de música de la difunta Emperatriz. Mi padre se puso a llorar recordando a mi madre. Aún encima me enteré de que el ruiseñor era natural. Ordené que fuese liberado y en cuanto al príncipe, le negué la entrada.

Pasados unos días, estaba paseando con mis damas por delante de la celda del porquerizo, cuando empezó a sonar la melodía de esa canción que tanto me gustaba, ``Querido Agustín´´. Mandé a una de mis damas a preguntarle el valor del puchero. Cuando esta regresó, me quede asombrada, y más aún con la respuesta del porquerizo:que yo le diera diez besos. Dije que era un grosero pero cuando volvió a sonar la melodía, cambié de idea. Mandé a una de las damas a preguntar si le valían diez besos de mis damas. Él fue muy claro; o diez besos de la princesa o se quedaba con el puchero. Al final, tuve que aceptar. Las damas me taparon mientras le daba los diez besos.

¡Cuanto nos divertimos! Sabíamos quien comería sopa dulce y tortilla, o quien papilla y asado. Les advertí que no dijeran nada a nadie. Ellas asintieron, por supuesto. Lo siguiente que construyó el misterioso porquerizo fue una carraca que tocaba todos los vales y danzas conocidos desde que existe el mundo. Una de mis damas fue a preguntar por el valor y la respuesta fue asombrosa ¡cien besos de la princesa! Dije que serían noventa de mis damas y diez míos pero el se negó. Mi padre vio el alboroto en la pocilga y fue a investigar. Se pensó que serían las damas haciendo de las suyas. Se adentró en el patio y observó a las damas tapando algo y contando números en alto. Cuando lo vio ... no se lo podía creer. Nos echó a todos del reino. ¿Por qué no habría aceptado al príncipe? En ese momento, el porquerizo se quitó las sucias ropas y se presentó a mí como lo que era: el príncipe. Me reprochó que no había aceptado al príncipe y si a los besos de un porquerizo. Me cerró las puertas de su reino y allí quedé yo cantando:
``Ay Querido Agustín, todo tiene su fin´´

1 comentario:

  1. Está princesa es muy buena narradora. Emplea las palabras con precisión y eficacia. Y sabe reírse (sutilmente) de sí misma ("y allí quedé yo cantando..."). Creo que el príncipe se equivoca creyéndola tan frivola.
    Muy bien, John.

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