miércoles, 2 de junio de 2010

El ciervo embrujado

Bambi. Mi nombre es Bambi. Mi historia empezó cuando los cazadores de cuernos y los malvados zoológicos vinieron a recogerme contra mi voluntad. El trayecto fue duro. Todo el rato combatiendo contra los furtivos pero nada, mi madre no pudo hacer nada por mí. Ellos reían y charlaban. Claro, como sólo somos animales.
Llegué al zoo a primera hora de la mañana. Me metieron junto con mi hermando Pipo, capturado hace ya un año. No se estaba mal. No como en casa, claro, está, pero con mi hermano todo era más llevadero. Teníamos un poco de libertad, pero muchas veces, por nuestras costumbres, éramos el hazmerreír de los visitantes. El primer día concluyó movidito y llegó la noche.
Clara, oscura, estrellada y con la luna sonriente. Era una noche estupenda. Pipo y yo ya estábamos soñando con nuestra madre cuando un toque me despertó. ¡Eran los furtivos que nos habían sacado los cuernos! No pudo ser, ya no era yo. Mi hermano seguía roncando, mejor no despertalo. Entonces apareció un humano de la nada y con unas palabras mágicas nos convirtió en dos hermosísimos halcones.
-¿Quién es?- preguntamos nosotros.
- Soy el brujo Magnate, de las montañas del este- respondió el extraño individuo.
Era un pigmeo, o eso parecía. No llegaba al 1,50 metros. Tenía una barba gris como el acero y larga que se enredaba con ella. Tenía dos hermosos ojos y sólo tenía un diente de oro. No tenía orejas pero sí dos especies de tubos que sobresalían de su desfigurado rostro. La similitud de sus piernas a las de una pantera le hacían correr más rápido que el viento. Era un personaje extraño. Ah, tampoco tenía pies.
Y la transformación, nada que decir. En un abrir y cerrar de ojos mis hormonas comenzaron a batirse unas con otras como si de boxeo se tratase. El halcón era el animal que más me gustaba. Era precioso, con sus largas alas y su aguzado pico.
- ¿Ahora qué hacemos? - le pregunté retomando la conversación.
- Volar - respondió con contundencia.
- ¿No nos puedes hacer humanos por un tiempo?
- Si lo queréis sí. Después de las 6 acaba el hechizo- comentó con frialdad.
- Pues que así sea - respondí con una sonrisa de oreja a oreja.
Ya como humanos llegamos a la sala de control. Abrimos las compuertas de los animales y saltó la alarma. Monos, elefantes, leones, tigres... mataban todo a lo que a su paso veían. Cuando todo hubo acabado nos acercamos a las habitaciones del personal. Con las habilidades que Magnate nos había dado nos sobró tiempo para matarlos a todos. Recuperamos los cuernos. Nuestros hermosos y pobres cuernos. Salimos del zoo con toda tranquilidad, pero ya eran las 4. De repente, cuando yo pensaba en como llegar hasta nuestra madre, volvimos a convertirnos en halcones. Magnate nos seguía allá donde estábamos. Le debíamos nuestra libertad. Pusimos los cuernos en las patas, y a volar.
Por el reloj del antiguo abandonado campanario de las Montañas del Este supimos que eran las 5:45. ¡Quedaba poco tiempo! Decidimos bajar, pues si a las 6 siguiésemos volando nos pegaríamos un mamporrazo que no viviríamos para contarlo.
¡Las 6! Otra vez ciervos... ¡con cuernos! Era el paraíso
- Otra vez - comentó Pipo.
- Otra vez en casa - respondí - ¡Estoy viendo a mamá! ¡Mamaaa! ¡Mamaaaa!
- ¡Bambi! ¡Pipo! No puede ser verdad - dijo llena de entusiasmo cuando de repente se desplomó.
A lo lejos estaba... Magnate. ¡Nos había traicionado! Corría hacía madre, aún seguía latiéndole el corazón, cuando de repente algo me paralizó y caí como fulminado por un rayo al suelo sin conocimiento.