domingo, 15 de noviembre de 2009

Espanto en el baúl

Los agentes forestales estaban haciendo un control. Cuando vieron el coche con manchas negras no dudaron en pararme.

- Queda usted detenido - me dijo el agente transcurridos diez minutos

- No puede ser verdad... Ese cadáver... ¡No! - y me desmayé

Ya en el hospital recordé todo. Que tenía que ir a la cárcel por supuesto, pero sobre todo, el motivo. 19 de noviembre. 6 de la tarde. La tarde aparentaba soleada. Media hora solo pasó cuando cayeron las primeras gotas. En cuestión de 15 minutos aquello ya era una tormenta. A todo esto le acompañaba un viento infernal que hacía mover el coche de un lado a otro y que en cualquier momento me podía hacer chocar con otro vehículo.

Iba a casa de mis padres, a los cuales no veía desde hacía mucho tiempo. La tormenta me impedía ver los carteles y como era la primera vez que iba por el nuevo camino, me perdí. Oí en la radio que el viento superaba los 100km/h. Disminuí la velocidad. Ya eran más de las doce. De repente un ruido seco me hizo parar; atropellara algo. Rastreé en busca de mi masacre pero no encontré nada. Al volverme a meter en el coche descubrí rastros de sangre. Algo pintaba mal...

- Buenos días. El médico le dará el alta después de comer. Pero no se alegre; la policía lo espera

- No puede estar pasando - pensé - De acuerdo - le dije. Y seguí recordando

El coche se paró. La batería, el motor, el combustible, todo estaba a punto. ¿¡Que pasa!? ¿¡Que me ocurre!? Decidí apartar el coche de la ruta y quedarme a dormir dentro del auto. Estaba casi dormido cuando algo me sobresaltó. Entonces los empecé a escuchar. A los ruidos, me refiero. Con valentía, pero no sin miedo, decidí bajar del coche. Fuera no vi nada. De repente,el corazón me dio un vuelco; estos ruidos provenían del interior de mí, hasta ese día, flamante Ford. Me acerqué de nuevo al coche y con las pulsaciones a mil por segundo, abrí el maletero para coger un hacha que siempre llevaba en el baúl pero... ¡no estaba allí! Con instinto propio de un felino me dio tiempo a agacharme antes de que mi propia hacha me rebanara la cabeza. Era un hombre de unos 40 años con la cara desfigurada. Estaba sangrando, seguro que era por el que buscaba yo cuando sentí el golpe y aprovechara para meterse en el coche. Pero lo pasado pasado está. Ahora yo estaba indefenso ante un maniático que sostenía un hacha. Sin pensarlo más, corrí a un descampado y el me siguió. Encontré un palo grueso de un árbol y lo cogí. El hombre se lanzó a por mí y tuve el tiempo justo para asestarle con el palo en la cabeza.Quedó inconsciente.

- ¡Que ese cuerpo carbonizado no es mío!

- Vaya a contarle historias a su abuela - respondió con contundencia el comisario

Era ya 23 de noviembre y yo estaba en comisaría esperando a ser juzgado.

Tenía un bidón de gasolina en el coche. No pensé en otra cosa que en quemar el cuerpo para eliminar las pruebas. Cuando regresé con el bidón y las cerillas en la mano... el cuerpo ya no estaba allí. Entonces regresé al coche, sabiendo que era el único lugar seguro que me quedaba. Tan solo me quedaban 10 metros para alcanzarlo cuando vi el cuerpo del maniático debajo del auto, sin vida. Aún sostenía el hacha en sus manos. Después de guardar el hacha en el baúl y de prenderle fuego al cadáver, me dispuse a reparar el coche. Estaba acabando de arreglarlo cuando oí un ruido en el maletero, pero vi que solamente había sido un palo de un árbol. Había pasado todo... o casi. Ya eran las 6 de la mañana. La tormenta había amainado y ya podía observar los carteles de dirección. Ya iba a llegar a mi destino:la casa de mis padres, pero primero tendría que superar el control policial...

domingo, 25 de octubre de 2009

El Porquerizo

Hacía mucho tiempo, no sé si meses o años, que un príncipe se pasó por mi castillo, pues quería casarse conmigo.

En señal de amor le entregó a mi padre, el Emperador, dos hermosas cajas de plata. Una contenía una hermosa rosa. Cuando me enteré de que era natural casi me echo a llorar. Yo pensaba que sería un gatito. Aún quedaba la segunda caja, segundo intento. Cuando apareció ese ruiseñor tan bonito me puse muy contenta, hasta que un anciano caballero se dio cuenta de que era exactamente igual a la caja de música de la difunta Emperatriz. Mi padre se puso a llorar recordando a mi madre. Aún encima me enteré de que el ruiseñor era natural. Ordené que fuese liberado y en cuanto al príncipe, le negué la entrada.

Pasados unos días, estaba paseando con mis damas por delante de la celda del porquerizo, cuando empezó a sonar la melodía de esa canción que tanto me gustaba, ``Querido Agustín´´. Mandé a una de mis damas a preguntarle el valor del puchero. Cuando esta regresó, me quede asombrada, y más aún con la respuesta del porquerizo:que yo le diera diez besos. Dije que era un grosero pero cuando volvió a sonar la melodía, cambié de idea. Mandé a una de las damas a preguntar si le valían diez besos de mis damas. Él fue muy claro; o diez besos de la princesa o se quedaba con el puchero. Al final, tuve que aceptar. Las damas me taparon mientras le daba los diez besos.

¡Cuanto nos divertimos! Sabíamos quien comería sopa dulce y tortilla, o quien papilla y asado. Les advertí que no dijeran nada a nadie. Ellas asintieron, por supuesto. Lo siguiente que construyó el misterioso porquerizo fue una carraca que tocaba todos los vales y danzas conocidos desde que existe el mundo. Una de mis damas fue a preguntar por el valor y la respuesta fue asombrosa ¡cien besos de la princesa! Dije que serían noventa de mis damas y diez míos pero el se negó. Mi padre vio el alboroto en la pocilga y fue a investigar. Se pensó que serían las damas haciendo de las suyas. Se adentró en el patio y observó a las damas tapando algo y contando números en alto. Cuando lo vio ... no se lo podía creer. Nos echó a todos del reino. ¿Por qué no habría aceptado al príncipe? En ese momento, el porquerizo se quitó las sucias ropas y se presentó a mí como lo que era: el príncipe. Me reprochó que no había aceptado al príncipe y si a los besos de un porquerizo. Me cerró las puertas de su reino y allí quedé yo cantando:
``Ay Querido Agustín, todo tiene su fin´´

miércoles, 7 de octubre de 2009

Mis Abuelos

Corría el año 1929 (7 años antes del comienzo de nuestra memorable guerra civil). Mi abuelo tenía 6 años. Del mes y día no se acordaba ni mi abuelo, pero le gustaba mucho contar esta historia, así que por una vez más no pasa nada:
Solía hacer muchas trastadas. Si no las hacía no me divertía. Esta es una de ellas. Aquel día soleado mis padres, que tenían un bar, organizaran una comida. ¿Saben que árbol es un guindo? Si no lo saben no se preocupen, que yo se lo explico con una breve anécdota. Pues bien, la especialidad de mis padres era licor de guindas (fruto de este árbol). Mi hermano y yo estábamos jugando. Alrededor del mediodía, con los aperitivos tomados y ya en la comida, mi madre tiró las guindas, mojadas en alcohol, a la huerta. Se fue y a mi hermano y a mi no se nos ocurre nada mejor que tomárnoslas. Acabamos borrachos, sometidos a un sueño tan profundo que ni la bofetada de mi padre fue capaz de trastocar...

¿Os ha gustado? A mi me encantó porque conozco la personalidad de mi abuelo. ¿Cuento otra más? Encantado estaría mi otro abuelo de poder contarla. ¿Le dejamos? Venga, por otra más no pasa nada:
Corrían tiempos remotos, más o menos hace unos 60 años. Yo era joven no sobrepasaba los 10 años de edad. En mi pueblo todos teníamos amigos con los que pasárnoslo bien y jugar. Yo aparte de esos amigos tenía uno mayor, un vecino (50 años) que era especial. ¿Por qué? Veía visiones. Mucha gente ve visiones pero este siempre acertaba. En mi aldea el entierro y conducción del muerto se hacía por el mismo camino. Cierto atardecer el vio en sus visiones la conducción de un vecino muerto hacia el cementerio por otro camino diferente. Se lo contó a su mujer y la respuesta de esta fue que necesitaba ir a un psiquiátrico. Pues bien, una semana después este vecino que vio en sus visiones murió y el entierro fue por un sitio diferente porque el habitual estaba inundado.

Como veis no tengo ninguna de mis abuelas (las mujeres parecían ser mas santas). Estos niños eran divertidos con una mentalidad diferente y más traviesos. Una vez mi abuelo se fue enfadado porque lo habían castigado y lo hicieron subir a su cuarto. Abrió la ventana y se escondió simulando que se había escapado. La aldea de unos 30 habitantes estuvo buscándolo toda la tarde hasta que por la noche apareció sentado en la mesa para comer.